El 21 de febrero de 2009 Luis Ruiz Ávila publicaba en el diario El País una carta al director tutulada Teléfonos en el AVE. El texto, amargo y realista, era el siguiente:
Soy viajero frecuente del AVE Barcelona-Madrid y ahora mismo estoy lanzado a 300
kilómetros por hora rodeado de tres individuos vociferantes que despachan por teléfono, sin pudor alguno, temas del niño, de la abuela, de Jordi y hasta del cliente que no paga o el jefe que es un inepto. Encadenan temas banales y trascendentes, y tienen además el timbre del teléfono puesto en modo ring y volumen máximo, ya que, entre unos y otros, si lo tuvieran más bajo no se enterarían de la llamada.
En fin, que estoy harto. Harto de esa falta de respeto generalizada, harto de despertarme sobresaltado por melodías variopintas, harto de enterarme de los problemas de los demás.
Pero lo que más me cabrea no es la mala educación. Lo que más me cabrea es que yo sea incapaz de levantarme de mi asiento y decirle a mi vecino del 11-A que haga el
favor de ir a hablar al rellano del vagón, sabiendo que me ampara la razón y la cordura.
Estoy enfadado, pero no con el mundo, sino conmigo mismo y mis estúpidas represiones sociales y cobardía que hacen que a lo único que puedo aspirar es a escribir esta queja al diario con la vaga esperanza de verla publicada, y que si alguien la lee y la comparte sea capaz, él o ella sí, de levantarse del asiento y decirle al del 11- A que nos respete a todos los demás.
Desde el AVE, volviendo a Barcelona a las 22.30.
Quiero mostrar aquí mi comprensión y mi solidaridad con el señor Ruiz Ávila. Creo que cualquiera con un poco de sensibilidad social, de educación, de sentido común y dotado de un mínimo de formación moral entiende que estos comportamientos son propios de los salvajes urbanos que crecen como hongos por todas partes. La TV, los personajes públicos -unos más que otros, es verdad-, el 'todo vale', la chabacanería cultural dominante, el despiste de los profesores, el individualismo atroz, la ausencia de los padres como educadores de sus hijos, el desprestigio del saber y tantas otras cosas han destrozado la ética. Encontrar hoy un grupo de seres que, no sólo por su aspecto exterior, sino por su actuación, puedan ser fácilmente calificados como humanos es tarea cada vez más complicada.
Y no sólo es lo que con tanta razón denuncia el Sr. Ruiz Ávila. Es que vayas donde vayas te encuentras el tipo molesto, grosero, hortera y bravucón que te va imponiendo sus caprichos mediocres, los quieras o no los quieras. Creo que ya conté aquí lo desagradable que fue un día que volvía a Madrid en el Altaria y, al tomar un tren de cercanías hasta casa, tuve que soportar en el mismo vagón la guerra de dos individuos con la música de sus teléfonos móviles funcionando sin auriculares, echando al aire a todo volumen, uno hip hop y el otro rock. O el volumen al que habla cada vez más gente en un simple autobús, sin el menor reparo en ir contando a gritos sus intimidades, como si sus vidas mediocres le interesaran a alguien.
La contaminación sonora es fruto de la contaminación mental. El salvaje urbano sigue avanzando. ¿Cómo se para esto?
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