El problema fundamental de la vida es un problema ético.
¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano?
¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Ya sé que todos los días son más o
menos iguales y que lo importante es vivir el presente y enlazarlo
favorablemente con el futuro, pero para los que entendemos el
presente como la resultante de todo lo ocurrido en la historia y,
especialmente, de todo lo que nos afecta más o menos directamente,
de toda la cultura que se ha creado y de la que vivimos hoy y con la
que gozamos, hoy día 1 de junio de 2017, no es que sea un día
particularmente diferente, pero sí es justo recordar que se cumplen
50 años de la publicación del álbum Sargent Pepper's de The
Beatles. Nuestra estética musical y nuestro disfrute de la música
le debe mucho a este disco y a este grupo. Lo recordamos hoy con
cariño y con emoción.
Esos tipos, de uno u otro sexo, que van
por la calle con las orejas taponadas, rodeados de cables, con la
vista puesta constantemente en la pantalla del móvil y con cara de
ausencia de este mundo ¿son los que llaman robots?
Sospecho que no,
porque a su lado huele a inutilidad.
Siempre pensé que el amor se mide en
grados de alegría. Ahora me lo confirma Mariaje López en su novela
Beatricia:
“El Amor... No era extraño que su hija
fuera la Alegría; conocerla era rendirse a ella. Era en sí misma el
mejor regalo, la sorpresa constante, una rubia con el corazón de
niña, la bailarina incansable del amanecer”.
Sala de espera de una consulta médica.
Sala de esperar. De esperar ¿qué? Unos esperan que les curen sus
dolencias ya diagnosticadas; otros, que les quiten sus síntomas;
otros, que les digan que no tiene nada; otros, que les den una mala
noticia. Sala de incertidumbres. Sala de no perder los ánimos.
Debería llamarse Sala de esperanza.
Aunque a una hora un poco tardía, nos
fuimos el domingo a la Feria del Libro. La Feria es una
fiesta, en principio, para los ojos, porque se trata de ver las
novedades de las editoriales, ver los libros que pueden interesar,
ver a los autores y ver un ambiente agradable, de gente preocupada
por la cultura y por la literatura en sus diferentes ramas. Había
nubes amenazantes en el cielo, pero no hacía demasiado calor. Todo
ayudaba a que la tarde fuera una buena tarde.
Nada más llegar vimos a Juan Cruz,
que firmaba su Un golpe de vida, editado por Alfaguara,
un libro que habla del periodismo, de la historia de un hombre que se
hizo hombre y huyó del cinismo, como nos puso en la dedicatoria.
Hablamos con él del tiempo, pero no del clima, sino de lo que
significa el tiempo en la vida, del protagonismo que tiene el tiempo
en nuestra existencia, de que somos el tiempo que nos queda por
vivir, como nos dijo que había escrito Caballero Bonald, o de
que en el fondo de nosotros lo que somos es tiempo, que humildemente
le dije yo. Nos recomendó la lectura de Las pequeñas
virtudes, un librito de Natalia Ginzburg, editado por
Acantilado, que reúne una serie de pequeños ensayos sobre la
amistad, el silencio y las relaciones humanas. Lo encontramos y lo
compramos.
Más tarde fuimos a ver a Mariví
García Gallego, que firmaba su Mujer y niña, un
poemario lleno de vivencias, de amor y de esperanza. Está
preciosamente editado por Cuadernos del Laberinto. Allí
encontramos también a Rosa de Mena, escritora y librera en
Daganzo. Un placer enorme encontrarnos con estas dos escritoras y
amigas.
Seguimos recorriendo casetas y nos
hicimos con el libro de Ian Gibson, Aventuras ibéricas,
publicado por Ediciones B. Es un gran conversador y una
persona optimista, lo que me deja algo perplejo, pero es necesario
que haya personas como él, que saben ver el influjo positivo que
Europa ha causado en los jóvenes españoles y que confían en el
futuro.
Al final vimos a Nieves Concostrina,
que nos firmó su Menudas historias de la historia,
editado por La esfera de los libros, que va ya por su
14ª edición. Es una recopilación de los episodios que cuenta con
tanta gracia en la radio.
Nos quedamos sin ver algunos títulos
que teníamos en mente, pero el cielo seguía amenazando lluvia,
aunque no llegó a cumplir su aviso. Cargados y con un pelín de
fresquito nos volvimos. Creo que una de las cosas estupendas que se
pueden hacer en Madrid hasta el 11 de junio es darse una vuelta con
tranquilidad y con curiosidad por la Feria del Libro.
Alberto
Anaut es vecino mío, en Madrid. Un día le dije que cuando yo ponía
en mi tocadiscos a Ray Charles, a través de las paredes oía a un
bebé hacer "Uh", y si ponía a Solomon Burke, hacía "Uh,
uh". Me bromeó: "Claro, claro, ahora lo entiendo todo".
ANAUT es uno de los mejores grupos españoles y Alberto es un gran
cantante y un gran compositor.
Tardé en descubrirlo, pero al final me
di cuenta de que uno actúa en la vida de la manera que cree que es
la mejor. Pero para que esa actuación nos haga crecer como seres
humanos, es necesario tomar conciencia crítica de lo que uno está
haciendo. Quiero decir que hay que darse cuenta de lo que uno hace, hay que
analizarlo y hay que valorarlo. Si no lo hacemos, ni sabemos que
vivimos ni crecemos.
No es demasiado sencillo crecer, pero es
indispensable hacerlo.
La complejidad de la
vida nos impide saber con seguridad si en cada momento estamos
actuando bien. No siempre sabemos con certeza si hacemos lo más
conveniente o si las consecuencias de nuestros actos van a ser
dañinas para alguien. No veo otra salida que la de acostumbrarse a
vivir en una relativa inseguridad.
Vivir es siempre, en
cualquier lugar y a cualquier edad, seguir aprendiendo a vivir. No es
fácil en nuestro mundo llegar a hacer real esta idea. Primero,
porque en sí misma esta tarea es compleja y arriesgada. Y, segundo,
porque nuestro estilo de vida no favorece que nos paremos, siquiera
un poco, a reflexionar sobre aquello en lo que pueda consistir vivir
y sobre la manera idónea para convertirnos en lo que realmente
somos, a saber, seres humanos en busca de su humanidad concreta. Si
nos lo planteamos honestamente, me parece que estos son los dos
asuntos fundamentales con los que cualquiera de nosotros debe
enfrentarse para intentar encontrarles una solución vitalmente
satisfactoria.
De ambos habla, con
una sorprendente sencillez y con una emocionante sabiduría,
Beatricia,
la novela escrita por Mariaje López
y publicada por MAR Editor.
El libro es una trasposición al campo de la literatura de lo
expuesto por Arancha Merino,
experta en Ingeniería Emocional, en su libro Haz
que cada mañana salga el Sol. Para
ambas el ser humano no puede ser considerado como un ser simplemente
racional, porque hoy no se concibe la razón humana como una razón
pura, desligada de nuestro funcionamiento real en la vida. Por el
contrario, nuestra racionalidad es un complejo entramado de
conceptos, juicios y argumentos lógicos, junto con emociones y
sentimientos, de tal manera que éstas no pueden funcionar en la vida
sin aquéllos y viceversa.
Beatricia
se centra, sobre todo, en el mundo de las emociones y sigue las
pautas de la mejor novela fantástica. En el libro se explica, desde
una perspectiva vital práctica, en qué consisten cada una de las
seis emociones básicas, es decir, el miedo, la tristeza, la rabia,
el orgullo, el amor y la alegría, así como cuáles son sus
funciones en una vida humana que aspire a ser buena.
Es muy posible que el
lector se vea pronto sorprendido por la caracterización positiva que
se hace de las emociones, cosa que nuestra cultura y nuestra
educación no han sabido, en general, transmitir convenientemente. Y,
sin embargo, es de una utilidad vital grande comprender, por ejemplo,
que el miedo no es tanto un freno que nos impide vivir, sino lo que
nos defiende de eventuales amenazas ofreciéndonos seguridad. O que
el orgullo es el que nos permite reconocernos tal como somos y el que
facilita que tomemos nuestro propio camino. O que la tristeza nos
sirve de una grandísima ayuda a la hora de aceptar lo inevitable.
Ciertamente,
Beatricia
es una novela del género fantástico, pero la autora ha sabido dotar
a la fantasía con unas características tan cercanas a la vida del
ser humano que hasta los personajes más extraños nos resultan
cercanos, pudiendo hablarnos como si fueran como nosotros, sin dejar
de ser ellos mismos. Y es que Beatricia
es un libro que huele desde el principio a ternura, a amor al ser
humano, al mundo y a la vida, y también a la limpieza de las
actitudes y de las intenciones y a la búsqueda de todo lo valioso
que hay más allá de lo que vemos y de lo que creemos ser.
Por otra parte,
Beatricia
es un libro, a la vez, terapéutico y preventivo. En efecto, un
conocimiento bien fundamentado de nuestra propia realidad personal
puede ayudarnos a superar, en algún momento, situaciones
desagradables o peligrosas. Y no hay nada más útil ni necesario
para nuestra propia existencia que aquello que nos hace ver que el
gran camino, el único que tenemos que recorrer, es el que nos lleva
a buscar el sentido de la vida, a descubrir una forma satisfactoria y
humana de vivir que sea válida y apetecible para todos.
Mariaje López
ha sabido usar en esta novela una prosa, en el fondo, poética,
dotada de una muy bella musicalidad, que hace sumamente placentera su
lectura, especialmente si se hace en voz alta y saboreando cada una
de las sílabas. Con ella nos descubre algunos de los secretos de la
mente humana, esos que aparecen ante una mirada atenta como
agazapados detrás de las apariencias, y nos hace ver la importancia
trascendental de la voluntad, de las emociones y del amor si queremos
seguir cada día aprendiendo a vivir.
Te lo envían a casa desde esta dirección: http://www.edicionesirreverenteslibreria.com/epages/ea9759.sf/es_ES/?ObjectID=93499076