Días pasados, un amigo me invitó al
Teatro Reina Victoria, en Madrid, a ver la obra de Miguel
Delibes Cinco horas con Mario, interpretada
magistralmente por Lola Herrera y dirigida por Josefina
Molina.
Quedamos un rato antes de que empezara la obra en la
puerta del teatro para recoger las entradas que él había reservado
por internet. Cuando estábamos a un metro escaso de la taquilla, se
nos adelantó una señora bien vestida, con zapatos de tacón alto,
chaqueta y buen peinado, que se nos puso delante con una expresión en el rostro como
de tener mucha prisa.
-Vengo a recoger las entradas que he
reservado para la obra de Vargas Llosa -le dijo a la taquillera.
-¿Perdón? -le contestó ésta desde
el otro lado del cristal.
-Sí. He comprado por internet dos
entradas para hoy para la obra de Vargas Llosa.
-Pero aquí, señora, no se representa
ninguna obra de Vargas Llosa.
-¿Cómo que no? ¿No ponen hoy Cinco
horas con Mario Vargas Llosa?
-No, señora. La obra no tiene nada que
ver con Vargas Llosa. Es Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes.
-Ah, pues entonces no me interesa. En ese caso, las
quiero devolver.
-No es posible, señora. Las entradas
compradas por internet no se pueden devolver.
-¿Cómo? ¿Y qué hago ahora con
ellas? ¿Ustedes las quieres? -nos dijo a nosotros, que fuimos los
primeros a los que encontró.
-No, no. Nosotros ya tenemos entradas.
-Bueno, me voy. Ya veré lo que hago.
Y se fue.
Esto es una anécdota real y no se
puede generalizar, pero es una muestra de cómo está una parte de la
ciudadanía en relación con la cultura.
Por cierto, la última media hora de la
interpretación de Lola Herrera me conmovió. Me pareció que el arte
se había hecho presente en esta actriz y que se había producido uno
de esos momentos mágicos en los que la única forma de expresión que
eres capaz de tener es a través de las lágrimas.
Buenas noches.