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miércoles, 10 de abril de 2013

Buenos días. Volcanes




Tú y yo, mientras estamos vivos, somos volcanes en erupción. De mi cráter sale lava que rebosa y resbala por la ladera de mi vida. Cuando solidifica, una parte de ella se convierte en palabras que dan lugar a ideas. Otra parte de la lava se convierte en besos, en abrazos y en afectos. Una última parte de lo que expulsa el cráter llega a convertirse en hechos. Nunca se sabe el destino ni de las palabras ni de los afectos ni de los hechos, pero salen y ahí están. Pero mi volcán expulsa también un humillo blanco, una columna casi imperceptible de materia gaseosa, un acompañante siempre presente de la lava, que va buscando por los aires reunirse con otras columnas de humo similares. Es un humo que aspira a ser limpio, noble, generoso, constructivo, que no pretende alejarse demasiado de la superficie, al que le gusta volar libre y conectar con otras columnas humeantes similares a ella, pero que encuentra muy pocas. Las columnas que salen de los volcanes no son blancas, sino que tienen el color del dinero, del egoísmo, de la esclavitud, de la mala voluntad, del individualismo, de la desconfianza, del encorsetamiento. Con todas estas columnas tan variadas, tan dispares, se forma un aire viciado, bastante irrespirable, que invita a huir. Algunos volcanes no queremos huir y luchamos entre las alternativas de apagarnos o de explotar. En esas estamos.