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lunes, 20 de junio de 2011

Ruido




Sólo hay algo más molesto que un pobre cateto que no para de hablar: cuatro juntos. Si la vida, en un arranque de mala sombra, te pone cerca de un grupo de cuatro catetos habladores sin pausa y que no paran de echar bobadas y tonterías, una tras otra, por sus bocas, lo mejor es que cambies de lugar. Lo malo es que tan funesta aparición tenga lugar en el tren, en las cuatro plazas que, cara a cara, están situadas delante de la tuya. El odioso cuarteto estaba formado por cuatro señoras incapaces de callar o de bajar la voz o de darse cuenta de que no están solas en el coche a las cinco de la tarde. Estás encerrado. No te puedes mover del sitio, so pena de hacer el viaje de pie. Con semejante verbosidad no se puede dormir, no se puede leer, no se puede uno concentrar en nada. En realidad no se puede estar con estas cuatro señoras de almas vacías y buche rebosante de palabras.

Nada más llegar se zamparon unas madalenas y ni por eso dejaron de hablar. Una ingenua pasajera cercana se trajo una almohada cervical y un antifaz, pero no cayó en la cuenta de cargar con lo fundamental: unos buenos tapones para los oídos que la aislara del mundo sonoro que engendraban estos cuatro seres hablantes. Aparecieron con unas enormes maletas que, por lo que se oye, es posible que vinieran cargadas de palabras. A un señor que amablemente y sin saber lo que hacía les ayudó a subir las maletas a la repisa le endosaron un trozo de bizcocho, al parecer artesano, con el que viajaban para recobrar energías, a pesar de que el buen hombre les manifestó repetidas veces que no quería bizcocho. Lógicamente, se lo dejaron encima de la mesita como consecuencia de que les dio la gana a sus reales voluntades.

No pararon de hablar en todo el viaje. Ni un momento. Y dale, y dale, y dale. Hicieron el tiempo enormemente lento y largo, y el viaje, eterno, interminable. El ruido no es que acabe con todo, es que no deja empezar nada.

viernes, 4 de febrero de 2011

viernes, 24 de septiembre de 2010

Ruidos


Estás admirablemente a gusto comiendo en un restaurante con una persona, con la que comentas las cosas de la vida con un volumen de voz que permite que te oiga sin que nadie más tenga que soportar tus palabras. De pronto suena un estridente timbre de teléfono y un individuo que desconoce el funcionamiento tecnológico del aparato y cree todavía que tiene que gritar para que su interlocutor se entere de lo que dice, comienza a hablar y a hacerse el dueño exclusivo del espacio acústico.

Piénsalo fríamente. ¿Es un comportamiento molesto o no? ¿Es tolerable o no? ¿Habría que mandarlo callar o no? Si no se hace nada ¿no se extenderán irremisiblemente como una plaga estos comportamientos?

Tengo delante de mí una página escrita en el año 2005. En ella el escritor Enrique Vila-Matas opina de ellos que "son gente con una visión mediocre y arrogante del mundo, que creen que éste gira a su alrededor, pero no hacen más que molestar". Y también el cocinero Ferran Adrià parece que se ha planteado incluso prohibir su uso en su restaurante.

Tu opinión es la que cuenta.

viernes, 22 de enero de 2010

El silencio de los sabios


Observo a ciegos que te quieren indicar el camino a seguir. Veo también a sordos que insisten en decirte cuál es la mejor versión de una sinfonía, a mancos que aseguran que una piel es más suave que otra, a cojos que te aclaran cuál es la mejor manera de correr, a mudos que quieren que sepas cómo debes hablar. Todos los ignorantes se esfuerzan en dar clases de algo de lo que no saben nada. Y los sabios callan. ¿Por qué estarán tan callados los sabios?

domingo, 28 de junio de 2009

El silencio


Primer día.

- Es que este tío es tonto.
- No, no. Tonto, no. Es gilipollas.

Segundo día.

- Es que este tío es gilipollas.
- No, no. Gilipollas, no. Es tonto de remate.

Tercer día.

- Es que este tío es estúpido.
- No, no. Estúpido, no. Es muy estúpido.

Cuarto día.

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jueves, 18 de septiembre de 2008

El grito gratuito

El grito gratuito. La tranquilidad, el sosiego, la calma, el silencio, la concentración, el sentirse a gusto, el pensar, la unidad con la naturaleza o con el paisaje, el aire humano de la vida, el equilibrio, el sonido del mar, el sonido de los árboles, el sonido de la fuente, el murmullo de una conversación desarrollada entre personas, el piar de los pájaros, el sentir la lejanía, la presencia del viento, la caricia del aire en tu piel. Todo esto se rompe a pedazos con el grito gratuito. Y no me refiero desgraciadamente sólo al de los niños.

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