No puedo estar sin ti.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,El poema es muy bello e invita a una solidaridad con los perseguidos. Pero a mí me huele un poco como a un cierto negocio, a algo así como si se esperara que los otros nos correspondieran por lo que hayamos podido hacer por ellos. Y ese matiz no me acaba de convencer.
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Cuando vinieron a buscar a los comunistas,
no guardé silencio,
aunque yo no era comunista.Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
no guardé silencio,
aunque yo no era socialdemócrata.Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
protesté,
aunque yo no era sindicalista.Cuando vinieron a buscar a los judíos,
protesté,
aunque yo no soy judío.Cuando vengan a buscarme,
no le pediré que protesten
ni al comunista,
ni al socialdemócrata,
ni al sindicalista,
ni al judío.Pero creo que si algún ser humano
lo encuentra injusto,
protestará..
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Las fotografías son muy malas, pero la idea que muestran es buena. En los ferrocarriles franceses se encuentran, dentro del coche, la primera, y en la plataforma entre los coches, la segunda. Indican los lugares de uso de los teléfonos móviles para no molestar a los viajeros.
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Soy viajero frecuente del AVE Barcelona-Madrid y ahora mismo estoy lanzado a 300
kilómetros por hora rodeado de tres individuos vociferantes que despachan por teléfono, sin pudor alguno, temas del niño, de la abuela, de Jordi y hasta del cliente que no paga o el jefe que es un inepto. Encadenan temas banales y trascendentes, y tienen además el timbre del teléfono puesto en modo ring y volumen máximo, ya que, entre unos y otros, si lo tuvieran más bajo no se enterarían de la llamada.En fin, que estoy harto. Harto de esa falta de respeto generalizada, harto de despertarme sobresaltado por melodías variopintas, harto de enterarme de los problemas de los demás.
Pero lo que más me cabrea no es la mala educación. Lo que más me cabrea es que yo sea incapaz de levantarme de mi asiento y decirle a mi vecino del 11-A que haga el
favor de ir a hablar al rellano del vagón, sabiendo que me ampara la razón y la cordura.Estoy enfadado, pero no con el mundo, sino conmigo mismo y mis estúpidas represiones sociales y cobardía que hacen que a lo único que puedo aspirar es a escribir esta queja al diario con la vaga esperanza de verla publicada, y que si alguien la lee y la comparte sea capaz, él o ella sí, de levantarse del asiento y decirle al del 11- A que nos respete a todos los demás.
Desde el AVE, volviendo a Barcelona a las 22.30.
Montó en el coche de 16 válvulas y primero se palpó los genitales para comprobar que seguían en su sitio, luego acarició el salpicadero para estimularlo como se hace con los caballos, estiró la yugular con un gesto de halcón, puso en marcha el motor y finalmente el tipo arrancó encabritado para convertir la máquina en un arma. Tumbó la aguja a 190 y enseguida montes, valles y sembrados se fundieron con su mente en el cristal del parabrisas. Le bastaba con impulsar un poco la suela del zapato y la máquina obedecía: a cada segundo se tragaba el horizonte con más voracidad. Podía aniquilar a su antojo el tiempo y el espacio, esos dos conceptos estúpidos de la creación; de hecho a 220 por hora el tipo comenzó a sentirse amo del vacío. En plena exaltación decidió hacer un alto en el camino y en cuanto entró en aquel bar de carretera su existencia volvió a llenarse de intrascendentes actos anodinos que pertenecen al resto de los mortales. Bostezó, se rascó una oreja y después de vaciar la vejiga sobre la raja de limón del urinario, escribió el número de su teléfono móvil en la puerta de uno de los retretes. Lo había hecho muchas veces en otros bares de carretera. Mientras tomaba una ración de queso contempló una vitrina repleta de mantecadas, tarros de miel y embutidos de la comarca. Dudó si comprar un chorizo. Ése fue el pensamiento más profundo que tuvo ese día. Miró el reloj. Volvió a montar en el coche, acarició el salpicadero y salió disparado. De nuevo el tiempo y el espacio se constriñeron en un punto, pero ahora el vacío no era distinto de la propia soledad. Si es cierto que un segundo antes de morir se concentra toda la vida en un solo pensamiento, a 220 por hora, antes de ver el camión que se le venía encima, el tipo pensó en el chorizo que estuvo a punto de comprar. Jamás supo si se había salvado del golpe mortal, aunque al llegar a su destino comprobó que los genitales seguían en su sitio. Vivía solo. Su número de teléfono anotado en todos los retretes del camino era su única conexión con el mundo, pero nunca nadie le había llamado. Una vez en casa, el tipo habló con el gato en la cocina y luego se cortó las uñas mirando por la ventana. Como les pasa a muchos, tal vez había muerto y lo ignoraba.
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No es fácil quitarse la ropa, pero tampoco desnudar el alma. Me cuesta más desnudar mi alma que mi cuerpo.
Un actor o una actriz que vive pendiente de su físico y de su imagen no es un buen profesional, lo importante es hacer buenas películas.
El trabajo de un actor es el de transformarse para dejarse hacer por el director. Es como un lienzo en blanco para el pintor.
En mi país hay demasiadas tradiciones y tabúes con los que hay que romper para poder denunciar sin problemas, entre otras cosas, las violaciones.