martes, 22 de julio de 2008

Alicante. LOS PLACERES DE LA MENTE

He vuelto de Alicante. Fui con Yolanda a la tercera edición de los Cursos de verano que, en la Universidad Rafael Altamira, organizan los profesores y amigos Luis F. Bernabé y Eva Lapiedra, del Área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante. Esta Universidad tiene uno de los campus más bonitos y mejor planificados de Europa. Posee una extensión de un millón de metros cuadrados y un diseño de edificios y de paisajes que hacen extremadamente agradable encontrarse allí y contemplar su belleza.


Este año el curso versaba sobre “El Islam y occidente: encuentros, desencuentros e identidades” y ha resultado tan interesante como los de los años anteriores, en los que los temas fueron “Belleza, lujo y placer en el Islam” y “La mujer y el Islam: una visión plural”. Creo que la sola cita de los títulos de estos cursos puede hacer que el lector se forme una idea del atractivo de los mismos.

No necesito convencerme de que algo a lo que pueda denominarse la realidad no existe. Lo interesante es observar cómo cada uno se forma su propia realidad, porque lo que hay lo ve y lo interpreta desde su propia subjetividad. Algunos incluso no ven nada. Y otros tienen una subjetividad tan interesada, que su realidad resulta unas veces previsible, otras, parcial, y en algunas ocasiones hasta ridícula. Lo digo porque hoy el Islam se vive de múltiples maneras y se interpreta como a cada cual le parece, a veces en clave de peligro, o de amenaza, o de cerrazón de mente, o de pobreza, o de invasión, o incluso de terrorismo. Luis y Eva llevan tiempo intentando mostrar la cara del Islam que no aparece en los medios de comunicación, ni en los peculiares imaginarios populares, ni en los prejuicios con los que tantas veces nos formamos los tópicos tantos ciudadanos. Y, a juzgar por la afluencia de alumnos que acuden todos los años a estas citas, deben ser considerados ambos como artífices de un acercamiento cultural y humano y como afortunados promotores de un conocimiento del otro, en este caso, del Islam, que se hace tan necesario para que pueda haber en la sociedad un diálogo creativo y eficaz y una convivencia en paz.

No hemos faltado a ninguna de las citas hasta ahora. Y el espíritu de estos cursos lo noto luego en mi relación con los alumnos árabes y musulmanes que tengo. Constituyen éstos un mundo difícil de tratar, no porque sean árabes ni musulmanes, sino seguramente por las condiciones sociales, económicas y culturales en las que viven. ¡Cómo me gustaría poder y saber transmitir la expresión que aparece en los ojos de un alumno marroquí, por ejemplo, cuando le haces ver que conoces algo de su cultura y, sobre todo, que la valoras, que la respetas y que la separas del tópico xenófobo, racista e ignorante que tanto abunda en la sociedad! Cuando esto ocurre, siempre me acuerdo de Luis y de Eva, de su enorme trabajo de organización de estos cursos, de su cansancio disimulado en el mes de julio y de que puede que ellos no sospechen las positivas consecuencias de lo que hacen.



El curso contó con una amplia representación de profesores que protagonizaron intervenciones y dieron pie a debates interesantísimos. Por ejemplo, la profesora Montserrat Abumalham, de la UCM, habló de los distintos Islames que podemos encontrar en Europa. El propio Luis F. Bernabé hizo un espléndido recorrido histórico por las distintas visiones deformadas entre el Islam y el Cristianismo en la historia. El paso del saber del Islam a Occidente fue tratado por el profesor Víctor Pallejá, de la UA. Eva Lapiedra aplicó su enorme capacidad de análisis a los diversos tipos de contactos habidos entre musulmanes y cristianos, tanto los pacíficos como los realizados en clave de guerras. El profesor Hany Muhammad El-Eryan El-Bassal, de la UA, deleitó a los asistentes con el análisis de dos libros de viajeros musulmanes, uno realizado a Al-Andalus y el otro a París. El historiador Juan Antonio Barrio, de la UA, presentó una experiencia que resultaría interesantísima: la visión de dos películas que mostraban ambas la historia de Saladino, pero una realizada en Occidente y la otra, en Egipto. Pocas veces se está en situación de comparar ambos puntos de vista desde el ámbito cinematográfico. La intervención de Luis Delgado, músico y musicólogo, fue, como siempre, una muestra de que lo bueno se muestra en esta vida siempre acompañado de lo efímero. La gozada intelectual que supone escuchar lo que este hombre dice y las muestras musicales que ofrece posiblemente sea sólo comparable con la experiencia de escuchar a un poeta recitando bien unos buenos versos. Uno de los puntos fuertes del curso fue la intervención del catedrático de la Universidad de El Cairo, Consejero cultural de la Embajada y Director del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, Abd Al-Fattah Awad. Su ponencia versó sobre un tema poco tratado, el de las occidentalofobias desde el mundo árabe y los malentendidos que se han ido generando entre ambas culturas. La situación de los musulmanes, inmigrantes o no, en la España de hoy fue tratada por el profesor de la Universidad Rovira i Virgili, Jordi Moreras, por el Subdirector General de Coordinación y Promoción de la Libertad Religiosa, Juan Ferreiro, por el presidente de la Junta Islámica Catalana, Abdennur Prado, y por la mediadora intercultural Naima Benaicha. El debate que se originó al final fue muy interesante, al igual que lo fue el que tuvo lugar al día siguiente, después de que el tema de las islamofobias en España y en Europa fuera tratado por Fernando Bravo López, de la UAM, y el de la situación de las mujeres musulmanas inmigrantes, por la mediadora social Siham Ater.

Programa amplio y complejo que me dejó un buen sabor de boca y, sobre todo, una sensación de que el tiempo había pasado muy deprisa y de que el curso podía haber durado más tiempo sin que nadie se hubiera cansado de seguir. Una de las cosas buenas de estos cursos es que los organizadores logran dotarlos de un contenido y de un nivel muy atractivos y, a la vez, saben generar un ambiente en el que la participación y el diálogo se hacen fáciles y de interés.



A pesar de que dos días estuvo lloviendo y de que me equivoqué haciendo la reserva del hotel, uno vuelve de Alicante pensando en que ya falta menos para el curso siguiente. Y esto creo que es significativo.


Manuel Casal

domingo, 20 de julio de 2008

Machismo4: BESOS

Con el post sobre la fiesta de la visibilidad lésbica quería yo contribuir a que se contemplara con naturalidad lo que no tiene por qué no ser natural.

Mira por dónde, hoy, 20 de julio de 2008, leo en la edición de Madrid del diario El País un artículo, firmado por Jesús Ruiz Mantilla, en donde se relata el suceso acaecido en Casa Parrondo, una tasca del centro de Madrid, y sufrido por dos mujeres que osaron darse un beso en la citada tasca. El texto completo se puede ver en la siguiente dirección http://www.elpais.com/articulo/madrid/Dame/beso/Parrondo/elpepiespmad/20080720elpmad_8/Tes/

Pongo aquí un resumen del mismo que me parece suficiente para hacernos una idea de lo que habita en el país.



"El jueves que viene regresarán los muerdos a la puerta de Casa Parrondo. Allí estaremos, puntuales, como esta pasada semana. Después de que el dueño de la sidrería echara a patadas a dos mujeres por besarse en la boca, habrá que presentarse por el local a escanciar unos buenos rechupetones en los morros.
No deberíamos admitir ni un solo ataque más contra nuestras libertades conquistadas. El hombre, animalito, las puso en la calle al lindo y civilizado grito de: ¡Guarras! ¡Putas! ¡Este lugar no es para vosotras y lo que os pasa es que no habéis conocido nunca una buena polla..! Hay que decirlo todo seguido porque si no, no te sale humo de la cabeza ni se te inyecta pura sangre española en los ojos.

Yo me plantaría todos los jueves delante del local hasta que el hombre saliera y nos diera un beso a todos y a todas las miembras y los miembros de la protesta. Un buen pico que le hiciera entrar en dimensiones desconocidas, un señor morreo con lengua que acabe con sonoros besazos de ventosa por toda la cara mientras cantamos All you need is love y Asturias patria querida.




Pero antes habría que enseñarle. El pobre Nicolás Parrondo sufre sin duda serios problemas de afecto. Deberíamos hacer un esfuerzo por comprender estas cosas. Si no, fíjense en los detalles que esgrime en su defensa. Dice que las dos buenas mujeres se sacaron una teta y que consumieron drogas. Imaginen el sainete. Lo primero, no creo que le asuste tanto. Salvo que viera en el gesto de los pezones al aire su ración de impertinente indirecta: la sugerencia de mejorar los ingredientes nocivos que le debe echar al arroz con leche. De lo segundo, que no se haga el estrecho porque entiende. ¿Hay mayor estupefaciente en este mundo que una fabada como Dios y la Santina mandan o un buen Cabrales?

Pero yo le pediría al amigo Nicolás Parrondo, antes de que desinfectara el local de grasaza y limpiara el suelo de serrín, palillos y cáscaras de mejillones, que arrojara las telarañas por un desfiladero. Es difícil. Hay que hacerse cargo. Más en un país en el que los popes del pensamiento Cromagnon confunden los términos. (…)

Pero altercados como el de Casa Parrondo empiezan a ser sólo anécdotas en este maravilloso Madrid, una ciudad que, por mucho que algunos se empeñen en cerrar como coto ultramontano, se abre cada día más, vive a fondo una sana libertad. Hace poco tiempo, Parrondo no hubiese tenido que soportar el presunto insulto de un beso entre las cuatro paredes grasientas y cutres de su cantinorra. Dos mujeres no se habrían morreado en público. Hoy, el prototabernero se ve obligado a aguantar que le digan basta a las puertas de su casa.




Vamos por buen camino. No deberíamos admitir ni un solo ataque más contra nuestras libertades conquistadas. No hay que ceder ni un milímetro, ni un gramo en los derechos que nos hacen más iguales y más felices. Hasta que cada sujeto por civilizar consienta en la calle sencillas muestras de amor, mucho más saludables y edificantes que sus vicios y su querencia por la zopenca intolerancia. Así que, anda, bobo, no seas tímido, déjate llevar, no te me amargues y... ¡Dame un beso, Parrondo!"

Machismo3. Violencia de género.

viernes, 18 de julio de 2008

BLUES


No hay vida sin muerte ni muerte sin vida.

Ambas afirmaciones negativas se refieren a hechos y, en contra de la costumbre de bastantes tipos incordiosos, los hechos conviene no discutirlos, sino pensarlos, asumirlos y deducir de ellos las consecuencias oportunas.

Hay que matar la muerte para que pueda vivir la vida.

La muerte que hay que matar habita en el interior de la vida, pero está enmascarada de:

prejuicios y discriminaciones,

costumbres sin racionalizar,

frenos y frenazos sin criterio,

mantenimiento descarado y absurdo de injusticias,

ignorancia de tantas cosas,

odios ciegos y creadores de maldad,

egoísmos interesados e inconfesables,

simplificaciones burdas,

desconocimiento profundo de uno mismo,

intolerancias viscerales y caprichosas,

debilidad no asumida,

gilipollez incorregible e inmisericorde,

individualismo miope,

educación no recibida,

educación no dada,

filtros con los que miramos impasiblemente la realidad,

más allás con los que parcheamos los más acás,

deshumanización en el trato,

afectos no expresados,

lágrimas reprimidas por una extraña vergüenza,

te quieros no dichos,

besos tragados enteros,

abrazos que se quedaron en el deseo,

decisiones tomadas sin preguntar,

mentiras construidas sin piedad,

profesiones ejercidas sin la menor dosis de servicio,

cobros sin contraprestación,

falta de higiene física y mental,

actuaciones que no dejan vivir,

actuaciones que no dejan ser,

actuaciones por obediencia y no por convencimiento,

y, sobre todo, la muerte viene enmascarada de miedo. El miedo al castigo eterno, metido en el alma tierna de un niño, es el germen más eficaz de muerte que podemos encontrar en la vida. A partir de él nacen todos los miedos y, también, el miedo a todo. ¡Cuánto tiempo se tarda luego en intentar quitarte el miedo de encima! El miedo y la vida son las realidades más radicalmente incompatibles.

Tu verdadera biografía no es más que la historia de la lucha o de la ausencia de lucha entre tu vida y tu muerte. Tú no eres más que el resultado actual de esa batalla.

Vivir es luchar. Sin lucha no hay vida porque los negros tentáculos de la muerte se han introducido, sin que nos hayamos dado cuenta, en el interior de nuestra vida. Por eso la vida es dura, porque vivir significa vencer la tentación de la pereza, del mero estar sin ser, del inmovilismo, del dormir sin despertar nunca. Hace unos días, en un alarde de luminosa consciencia, Montserrat Nebreda, parlamentaria autonómica y candidata a la presidencia del PP en Cataluña, le gritó a los militantes más conservadores de su partido: ¡”Viva la vida y abajo la muerte”! ¡Cómo me gustaría haber visto la cara que pusieron!

Para vivir hay que querer vivir. Como en todo, es necesaria la decisión de la voluntad. También por esto la vida es dura, porque la decisión conlleva la consciencia de que la vida tiene un premio que es sólo relativo: la vida es la victoria de lo efímero sobre lo imposible. La vida siempre sabe a poco porque las metas conseguidas, en cuanto se digieren, terminan con el tiempo por perder su poder ilusionante y, o viene el cansancio o viene otra vez el hambre de algo nuevo.

Todo en la vida es efímero. Por eso, vivir es siempre volver a vivir, volver a empezar. Si no la necesidad de andar de nuevo el mismo camino, sí la de tener que andar un camino nuevo. El trágico error mortal es el de caer en la rutina, el de confundir el múltiple, variado y siempre nuevo camino de la vida con el monotemático camino de Sísifo.

Vivir no puede ser otra cosa distinta de vivir intensamente. Nadie lucha sin intensidad. Nadie va a la guerra a darle pellizcos al enemigo o a doblegarlo con insultos.

La vida es la creación en el tiempo de un yo y un nosotros: de un mundo. Ingrid Betancourt, ciudadana reciente y afortunadamente liberada, relataba en una carta dirigida a su madre durante su cautiverio en las manos de muerte de las FARC su vivir: “Aquí la vida no es vida, sino un desperdicio lúgubre del tiempo”.

La muerte es la nada. La vida es el tiempo. El reto. La decisión.

Manuel Casal

viernes, 11 de julio de 2008

Ya se acerca el triunfo final (y II)

En cuanto a la mierda humana, es conveniente analizarla en sus dos presentaciones: la mierda interior y la mierda exterior. Aunque ambas están también interrelacionadas, la mierda interior es distinta de la exterior. La exterior se ve y se puede eliminar por frotamiento con el estropajo. (El lector desocupado que tenga interés por este asunto de la mierda exterior puede consultar el luminoso libro de Dominique Laporte, Historia de la mierda, publicado en la editorial Pretextos) La mierda interior, en cambio, es metafísica, pero posee una enorme facilidad para transformarse en física, y, a pesar de que no se ve, se sufre, no tanto por quien la posee, sino por los demás. No hay en el mercado productos que la eliminen, y, lo que es peor, no se investiga demasiado en ello. Algunos parecen intuir que un posible remedio podría venir por la vía de algún tipo de intervención quirúrgica del estilo de las conversiones paulinas. Pero éstas son hoy raras y difíciles porque ni hay buenos cirujanos ni los pacientes están dispuestos a cambiar voluntariamente otra cosa que no sea su funda corporal aparente. El lugar que en la antigüedad tenía la Gracia, esa intervención divina que ayudaba al ser humano a cambiar para mejor, lo ocupan hoy la silicona y el lifting, éste usado en lugar del arrepentimiento en el caso de alteraciones veniales.




La mierda exterior, por otra parte, huele y su hedor es captado por el olfato a través de su función sensible. En cambio, la interior no huele, pero se capta también mediante otra función del mismo órgano: el olfato intelectual. Esta es una de las capacidades más importantes con que la Naturaleza ha dotado al organismo humano, pero lamentablemente es también la menos desarrollada y la más anestesiada en la actualidad. La industria de los anestesiantes, junto con la de los aislantes, es hoy una de las más florecientes, dado el incremento observado en el consumo de estos productos. Es una pena. La pena es asimismo un recurso que utiliza la mierda interior para aceptarse como tal y para no hacer nada por asearse. Algunos la designan con el rimbombante nombre de resignación.

Todos tenemos ambos tipos de mierda y quien diga lo contrario posiblemente es que esté ya inundado de mierda hasta las trancas. Las diferencias entre unos seres humanos y otros dependen de la cantidad de mierda que posean, de su calidad, de la capacidad que posean para autoanalizarse y del control que cada cual establezca sobre su propia mierda.



El que posee niveles significativos de mierda interior, o la tiene de óptima calidad, o el control que ejerce sobre ella es prácticamente despreciable, en general, no es consciente de ello. El problema de la inconsciencia es un fenómeno actual que debería ser estudiado con seriedad. No deja de ser curioso que mientras que la tecnología permite que descienda cada vez más el número de sordos, aumente, sin embargo, hasta cotas alarmantes el de los que no se enteran de nada, especialmente de lo que les ocurre a sí mismos. En el caso que nos ocupa de la mierda interior, este fenómeno es de mucha relevancia.

No obstante, puede darse el caso de alguien que sea consciente o que, al menos, vislumbre su podrido interior, pero que no desee, bajo ningún concepto, que los demás se den cuenta de lo que esconde en sus entrañas. Este individuo hablará mucho de purezas y de limpiezas, de otros mundos cristalinos, tan transparentes que resultarán imposibles de ver, a menos que se utilice para ello la imaginación, en lugar de los ojos. Creará así a su alrededor una burbuja despistante construida con palabras. La palabra puede usarse para intentar conocer limpiamente la realidad, hasta donde se pueda, pero también para encubrir interesadamente la mierda con colorines adecuados, para intentar extender la mancha de mierda hasta el horizonte, de forma que no se advierta contraste alguno con algo que no sea mierda, o para repetir machaconamente que lo que se ve no es mierda, a pesar de su aspecto y de su hedor, hasta lograr que el oyente baje las defensas y admita sin reparos que la mierda que ve, en realidad, no es mierda. De la misma manera que la imagen puede servir para crear una realidad interesada distinta de la real, la palabra puede tener los mismos despistantes efectos creativos. De hecho, salvo muy raras excepciones, no se usa hoy para otra cosa más que para ésta.

La mierda interior es llena y compacta. Es homogénea en su composición, pero infinitamente heterogénea en sus manifestaciones. Es finita, pero con una irresistible tendencia hacia el infinito. Es divisible, pero también multiplicable, sumable y restable. Incluso es derivable e integrable. Es, por fin, ingrávida y tiende a ocupar los lugares altos, por lo que suele subirse a la cabeza. Sus vicios esenciales son el exhibicionismo y la extroversión. Su origen tiene mucho que ver con el resentimiento, con la frustración, con la debilidad, con la ingesta frecuente de alimentos de difícil digestión y con los afanes económicos neoliberales.

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Hace ya algún tiempo, Su Santidad el Papa Juan Pablo II declaró al pueblo fiel que el infierno no existía. Más tarde, su sucesor, el Papa Benedicto XVI, aseguró públicamente lo contrario. Semejante contradicción en asunto de tanta importancia lo que hace es mostrar que la mierda ha llegado también al terreno de las teorías y de las ideologías. Y habría que avisar caritativamente a la parte del pueblo poco dada a pensar sus propias ideas y más bien proclive a reproducir consignas que le llegan del exterior, para que no lograra hacerse un buen lío con estos temas de tanta trascendencia y cayera sin querer en la desesperanza.

Parece claro, pues, que las autoridades en la materia no tienen claro si existe o no el infierno. Pero tampoco está claro a lo que se refieren cuando usan semejante término. Como no hay aquí opiniones unánimes, cabe pensar en la posibilidad de que quieran significar algo parecido a una situación futura en la que se sumergirían gentes de distinta condición, con la característica común de no haber pasado por el aro, y que dirigieran sus pasos hacia una especie de fracaso brutal, definitivo, transcendente y fatal.

De todas formas, si fuera así, sería un planteamiento demasiado antiguo. Los indicios que encontramos hoy muestran la grandísima posibilidad de que el infierno realmente exista, pero no de la manera clásica, en un más allá tórrido, sino en este mundo. En este sentido, los anuncios de Sus Santidades podrían ser ambos acertados, con tal de matizarlos un poco: el infierno no existe todavía, al menos de forma generalizada, aunque sí esté bastante extendido, pero todo hace pensar que su llegada total está ya pronta. Salvo que tenga lugar algún tipo de giro copernicano de magnitud impensable, ya se intuye que dentro de poco la mierda interior comenzará a rebosar por el borde de las almas en las que se aloja y saldrá al exterior por todos los agujeros de los cuerpos, especialmente por las bocas y por las antenas. Los seres humanos empezarán a huir de sí mismos y lucharán por instalarse en cualquier colina llena de mierda que encuentren, a ser posible, con una buena cobertura. Se convertirán así en monumentales gárgolas, que proliferarán por todas partes y por las que caerán gruesos, apestosos y sonoros chorros de mierda. Se consumirán grandes dosis de anestesiantes para no ver ni oír ni oler la mierda, pero la mierda interior irá cayendo sobre la mierda exterior y ambas se irán convirtiendo en mierda social, y todo irá siendo ya una misma y definitiva mierda universal. El mundo se transformará en un infierno pompeyano de mierda y en él no estarán sólo los malos, sino que estaremos todos.

Es muy importante darse cuenta de que la gran amenaza en la que vivimos hoy no consiste en que alguien se pueda ir a la mierda, voluntariamente o porque lo manden allí, como tan artística y genialmente hacia el añorado Fernando Fernán Gómez. No es eso. El peligro existencial de hoy está en que, queramos o no, la mierda está viniendo a nosotros inexorablemente, nos está envolviendo con la suavidad del que está convencido de su triunfo final y no tiene prisa, y terminaremos cumpliendo el objetivo cósmico de que todo y todos nos convirtamos en una misma cosa: en mierda.





Manuel Casal

jueves, 3 de julio de 2008

Ya se acerca el triunfo final (I)

Un componente del universo, presente en él desde sus orígenes y cuyo nombre está maldito para algunos, que no aceptan ni pronunciarlo ni oírlo, viene incrementando su influencia y su poderío en nuestros días. Es la mierda.

Antiguamente a la mierda se la denominaba el mal, pero esto no era más que una estrategia propia de gente leída para huir hacia la estratosfera metafísica, tratar allí muy inteligentemente el problema y dejar mientras tanto aquí abajo la verdadera mierda pudriéndolo todo. No vamos a hablar, por tanto, del problema del mal, sino de la existencia real de la mierda.

Los desastres que produce la mierda no parece que tengan, ni mucho menos, solución. No obstante, de la misma manera que se hace con cualquier otra realidad, se debe tomar conciencia de la existencia de la mierda, analizarla y tratar de prever sus calamitosos efectos. Tras lo cual, seguramente no quede otro recurso que el de una huida condenada al fracaso.

Una primera aproximación al análisis de la mierda nos llevaría a distinguir entre la mierda social y la mierda humana. Ambas están profundamente relacionadas entre sí, no en vano la primera es hija predilecta de la segunda, de la cual emana.

Si desplegamos el catálogo de presentaciones de la mierda social, nos encontramos en primer lugar con la mierda comunicativa, en donde la televisión ocupa el lugar del producto estrella. Desde este punto de vista, la televisión puede ser considerada como un fractal, ya que tanto en su totalidad como en sus partes tiene la misma estructura: es mierda de altísima calidad.

Luego, nos topamos enseguida con la mierda medioambiental, con una amplia gama de precios y modelos. Algunos de estos tienen la sorprendente cualidad de ser invisibles a distancias cortas, detectándose muy bien, en cambio, desde lejos. Hay modelos que incluso, aunque no los veas, te afectan a los ojos y te hacen llorar. La mayoría de ellos te enferman y, aunque no siempre lleguen a matarte, se vuelven contra ti e incrementan tu dotación de mierda humana.

En las páginas centrales del catálogo hallamos la mierda política, con una enorme panoplia de variantes, enmascaradas todas ellas con llamativos e ingeniosos eufemismos: así, a los contratos de mierda para trabajar de mala manera y cobrar poco se los llama contratos basura; a los dormideros de mierda se los califica de infraviviendas; a la mierda de vida hipotecada hasta la muerte de tus herederos que producen los precios de mierda de las viviendas, en donde un ladrillo de mierda cuesta igual que un lingote de oro, se la denomina especulación o, más dulcemente, liberalización del suelo; a la mierda de trato que se le da a los enfermos en ambulatorios y hospitales se le designa como listas de espera o también saturación; a la mierda de educación, cuya responsabilidad se quiere endosar en exclusividad a los profesores, pero en la que colaboran con igual intensidad, por acción u omisión, los padres, la televisión, los dirigentes, los votantes, la legislación y los propios alumnos, se la califica de fracaso escolar; a la mierda de condiciones de inseguridad en las que trabajan los obreros se le endosa el tétrico apelativo de siniestralidad laboral; a la manera de resolver los problemas tarde y mal, dejando todo el tiempo posible para que la mierda haga un poco más de efecto, se le atribuye el término técnico de burocracia; a la creación de mierda bajo la forma de una estructura económica mundial, que permite que se incrementen los beneficios de unos pocos a costa del empobrecimiento cada vez mayor de todos los demás, se le llama globalización; a algunos de los seres que se dedican a la cosa pública y que se caracterizan por su incapacidad, su inmoralidad, su afición por la mentira, su torpeza, su afán por sobrevalorar, sin importarles que se note demasiado, el interés propio por encima de cualquier otro y por la concentración que muestran de múltiples variantes de la mierda, se les llama neoliberales.

La segunda parte del catálogo de la mierda social la ocupa la mierda ociosa, formada por todo un conjunto de artefactos tecnológicos destinados a matar el tiempo, es decir, a matar la vida. Nos encontramos aquí con la mierda de las consolas, la mierda de los reproductores de música con auriculares, la mierda de los juegos electrónicos, la mierda de los teléfonos móviles y, en fin, toda la serie de cacharros de mierda que, a través de pantallas y de teclas, sirven para fomentar el aislamiento estéril, el ensimismamiento empobrecedor y el individualismo deshumanizante. El sentido de los productos de la mierda ociosa no es otro que el de que los consumas y los uses hasta el abuso, cuantas más horas mejor, hasta que adquieras el hábito de olvidarte de que existen los demás y, sobre todo, de que tú mismo existes y de que tienes que vivir. La mierda ociosa es capaz de entronizar cualquiera de sus aparatos y de convertirte a ti en un súbdito inconsciente. Esto explica situaciones tan estúpidas como la del que se pone a hablar por el teléfono móvil en mitad de la calzada, sin la menor conciencia de que por allí pasan coches, o lo usa conduciendo, o la del que se va a un concierto, o al teatro o a clase con el mismo artefacto conectado, o la del que se pasa horas y horas de chateo, contándole sinsustancias a un desconocido, o la de esos aprendices de cretinos que emplean desconsoladamente su tiempo en luchar contra una consola.




La contraportada del catálogo la ocupa la mierda alimentaria. Se incluye aquí la mierda que los panaderos, carniceros, camareros y demás expendedores de alimentos tienen en sus atuendos y en sus manos, con las que tocan la mierda del dinero y con las que luego te dan el pan, te cortan el filete o te ponen un cubito de hielo en el vaso. También pertenecen a este apartado las altas concentraciones de colesterol disimuladas bajo las variadas formas de la mierda de la pastelería industrial. Y no se pueden omitir la mierda de las bebidas de garrafón, misericordioso procedimiento por el que se intenta evitar que los pobres y los jóvenes sufran mucho tiempo, procurando que lleguen cuanto antes a su meta final. Por último, para no confundir el catálogo con un inventario, se reseña la mierda de la comida rápida, peste en la que la hamburguesa sirve bien de ejemplo ilustrativo, ya que se ha convertido en el producto cuya sola mención se ha asociado estadísticamente más veces con la mierda.

domingo, 29 de junio de 2008

El fútbol y la elegancia


Hay veces que las palabras se deforman por un uso inadecuado. Es lo que pasa, por ejemplo, con la palabra elegancia. Hay una opinión que, aunque es absurda, está enormemente extendida, según la cual una persona elegante es aquélla que va bien vestida y manifiesta, por tanto, un aspecto lujoso y exclusivo, a ser posible conseguido a base de dinero y del uso de marcas afamadas. Sin embargo, los aparentes creadores de esta elegancia, los diseñadores, no están en absoluto de acuerdo con esta manera de convertir en supuestamente elegante a un zoquete redomado. Por ejemplo, el modisto francés Emanuel Ungaro respondía así, en una entrevista para el diario El Mundo, a la pregunta sobre qué tiene que tener una mujer para gustar:

Tiene que tener alma, una vida interior que dé lugar al refinamiento que no procura el dinero. El refinamiento es una cuestión de educación, el lujo es cuestión de dinero. De ahí que podamos encontrar tantas veces una elegancia y un refinamiento exquisitos en los campesinos que no han abandonado nunca su tierra. ¡Qué elegancia al hablar! ¡Qué elegancia en sus silencios! (…) Es una actitud interior. La elegancia viene de dentro, no está en el hecho de vestir en las casas de Alta Costura. Si la mujer es mentalmente elegante, lo que lleva tiene una importancia muy relativa."

La elegancia radica lejos de la simple apariencia. Es más bien una actitud ante la vida que se expresa en la mirada, en la sonrisa, en la voz, en el gesto. Otro modisto, Oscar de la Renta, decía:

En contra de la opinión de muchos, creo que la elegancia es algo con lo que no se nace, sino que se desarrolla a lo largo de la vida y tiene que ver, sobre todo, con la disciplina con que se vive, y con la proyección personal.

Es, por tanto, un estilo de vida. Más que una mera manera de ser, es una manera de actuar que se deriva de la propia manera de pensar, que, si se distingue por algo básico, podríamos decir que es por saber desarrollar en cada ocasión un comportamiento profundamente humano, es decir, generalizable a cualquier ser humano, respetuoso con todos, favorecedor para la mayoría o, al menos, no molesto ni pernicioso. Es la forma en la que cualquier ser humano podría actuar sin que fuera calificada su acción de manera negativa.

Cualquier ocasión es buena para actuar de manera elegante. Por ejemplo, contemplando un partido de fútbol. Dentro de unas horas vamos a vivir un acontecimiento emocionante y hasta es posible que importante. Se va a jugar la final de la Eurocopa 2008 de Fútbol entre las selecciones de Alemania y España. ¿Cómo se puede ser elegante viendo un partido de fútbol?

Pues, en primer lugar, teniendo un poco de cuidado porque parece que el fútbol tiene fuerza suficiente para desatar las bajas pasiones y puede que eso nos lleve a actuar de manera gruesa y desagradable.

Una persona que de verdad goce con el fútbol tiene que encontrar belleza en el juego de los dos equipos contendientes, aunque sus preferencias estén inclinadas hacia uno de los bandos. Es imposible que un defensor del Real Madrid, por ejemplo, sea incapaz de encontrar buen juego en el Barcelona o en el Atlético de Madrid. Si esto es lo que le ocurre, es que no le gusta el fútbol y, más que un aficionado o un deportista, será un simple forofo pasional.

Un aficionado elegante aplaudirá al contrario cuando se lo merezca y no reservará sus elogios sólo a los aciertos de su propio equipo.

Ni el árbitro ni los jugadores serán nunca objetos de burla o de menosprecio por parte del espectador elegante. Ni que decir tiene que los insultos nunca serán sus medios de expresión, ni las descalificaciones ni los juicios groseramente parciales.

Un aficionado elegante será capaz de opinar y de sentir, pero sin gritar y sin intentar imponer sus argumentos a cualquier interlocutor. Por el contrario, tendrá siempre presente que es posible que la opinión del otro sea, por lo menos, tan acertada como la propia.

Y, por último, el elegante mostrará su cualidad, sobre todo, con el resultado final. Cuando su equipo pierda, felicitará a los defensores del equipo ganador y reconocerá el mérito de los vencedores. Y cuando su equipo gane, ni tendrá palabras de humillación para el rival ni hará ostentación de las bondades de su equipo, sino que sabrá mostrar la expresión del que sabe que aquello es un juego en el que unas veces se gana y otras se pierde.

La elegancia, en el fútbol y en todo, tiene que ver con la sencillez y con la sobriedad, que son muestra de una personalidad fuerte. Sólo el débil sobreactúa, pero entonces, pierde la elegancia.

Manuel Casal